No todo es lo que parece. Y menos en política, donde algunas acciones que parecen ataques en realidad no lo son mientras otras acciones que parecen casi inofensivas son en realidad poderosos ataques.
La confusión deriva de la idea equivocada acerca de la naturaleza del ataque politico.
Muchos creen que atacar al adversario es cubrirlo de violencia verbal y de expresiones que lo descalifican y lo denigran. Pero esto no es un ataque político sino mera agresividad verbal.
Otros creen que exhibir su propio malhumor es atacar al otro, y es así que despliegan todo un arsenal de miradas duras, gestos provocativos y tonos de voz altisonantes. Pero esto no es un ataque político sino mero mal carácter.
Y también están quienes creen que el ataque consiste en expresar abiertamente su enojo contra el adversario y mostrarlo ante las cámaras y los micrófonos de los medios de comunicación. Pero tampoco esto es un ataque político sino mero descontrol emocional.
¿Qué es el ataque político, entonces, si no es malhumor, enojo y violencia verbal y gestual?
Es, en su verdadera esencia, harto diferente:
El ataque político es un conjunto planificado de acciones expresamente dirigidas a desplazar al adversario que ocupa en la mente de un sector de la sociedad.
Como ves, en este concepto no hay espacio para el desborde emocional porque es justamente lo contrario: algo planificado previamente. Son acciones con objetivos claros. Que podrán tener o no contenidos más o menos agresivos. Pero sabiendo que esa agresividad es más accesoria que esencial.
Lo principal del ataque no es lograr que el atacante se sienta liberado al manifestar su ira ni que el atacado se sienta mal al verse acusado. Lo principal es lograr un efecto en la mente de un sector determinado del público que tiene al atacado en el primer lugar de sus preferencias.
Concebido de esta manera el ataque es uno de los factores de la estrategia politica Y como tal solo es válido y productivo en determinadas coyunturas mientras en otras está totalmente contra-indicado.